La terapia me enseñó a mirarme con otros ojos, más amables y pacientes. A permitirme sentir sin juzgar, a acompañar mis emociones con aceptación en lugar de resistencia. La práctica de la conciencia plena me ayudó a estar aquí y ahora, a respirar en medio del caos y a aceptar mis ciclos internos.
Aprendí que cuidarme no es egoísmo, sino un acto necesario para mi bienestar. Que puedo poner límites sin culpa y que mi vulnerabilidad es también una fortaleza. La terapia fue ese refugio donde pude soltar el peso de la autocrítica y encontrar un lugar seguro para crecer, cambiar patrones de pensamientos y adquirir conductas de autocuidado.
Hoy, como terapeuta, llevo conmigo ese aprendizaje. Mi compromiso es crear un espacio donde cada persona pueda experimentar esa misma autocompasión, presencia y cuidado que transformaron mi vida, para que puedan avanzar con más confianza y amor hacia sí mismos.