Por qué tu autoestima no mejora aunque “sepas” lo que hay que hacer y cómo empezar a tratarte como alguien que importa.
Por Sabrina | @tupsico.sa
La mayoría de las personas cree que la autoestima es un sentimiento.
Algo que un día aparece, como un clic interno donde de pronto te mirás al espejo y decís: “listo, ahora sí me quiero”.
Pero la verdad es otra: la autoestima no es un sentimiento, es una consecuencia.
Una consecuencia de cómo te tratás todos los días.
De cómo te hablás.
De lo que tolerás.
De lo que dejás pasar.
Y, especialmente…
De las decisiones pequeñas que tomás cuando nadie te está mirando.
Porque no se trata de “quererte más”, sino de dejar de abandonarte.
Abandonarte es ignorarte cuando estás cansada.
Abandonarte es postergarte siempre.
Abandonarte es seguir poniendo el cuerpo donde tu alma ya no quiere estar.
Abandonarte es exigirte perfección mientras le perdonás todo a los demás.
Y la mayoría llega a terapia diciendo: “sé lo que tengo que hacer, pero no puedo”.
Eso no es falta de voluntad.
Eso es no saber cómo hacerlo. Y eso tiene solución.
Muchas veces creciste creyendo que tenías que ser “la fuerte”, “la que no molesta”, “la que puede sola”, “la que da sin pedir”, “la que se adapta aunque duela”.
Y claro: cuando pasás años viviendo desde el sacrificio, la autopostergación deja de parecer abandono…
y empieza a sentirse normal.
Pero acá va lo que nadie te dice:
Tu autoestima no sube por pensarlo.
Sube por tu conducta.
Por cada pequeño límite que ponés.
Por cada “no” que antes tragabas.
Por cada vez que elegís descansar, pedir ayuda o darte un lugar.
Por cada promesa que cumplís con vos misma aunque nadie lo vea.
La autoestima crece cuando dejás de tratarte como un borrador
y empezás a tratarte como la versión final.
Y no hace falta empezar por algo enorme. De hecho, no tiene que serlo.
La autoestima real se construye con elecciones microscópicas pero sostenidas:
– levantarte 15 minutos antes para no arrancar el día corriendo;
– no contestar ese mensaje que te desregula;
– elegir un sí por ganas y no por miedo;
– decir “esto me dolió” sin pedir disculpas por sentir;
– terminar una tarea pendiente para demostrarte que podés cerrar ciclos;
– elegir relaciones donde no tengas que demostrar tu valor todo el tiempo.
Cada una de esas decisiones envía el mismo mensaje a tu mente:
“Importo.”
Y cuando tu mente empieza a creer que importás, todo empieza a ordenarse:
tu energía, tu capacidad para poner límites, tus vínculos, tus metas, tus hábitos…
y, sobre todo, la forma en que te hablás.
Porque la autoestima no es un mantra, ni una frase motivadora, ni un ejercicio aislado.
Es una práctica diaria de autocuidado conductual, incluso cuando no tenés ganas, incluso cuando cuesta, incluso cuando tu mente te dice que no lo merecés.
Es un proceso de reeducación interna:
aprender a reconocerte, a escucharte, a respetarte, a elegirte, a sostenerte cuando estás bajando.
Y sí, es desafiante.
Construir autoestima implica dejar de negociar con tu propio bienestar.
Implica incomodarte.
Implica dejar de ser “la que puede sola” para convertirte en “la que se permite recibir”.
Implica también confrontar esa voz interna que te dice que no sos suficiente…
y enseñarle, con acciones, que está equivocada.
Por eso, la pregunta no es si sabés quererte.
La pregunta es:
¿Estás lista para aprender a hacerlo?
Porque con las herramientas adecuadas, acompañamiento profesional y pequeñas acciones coherentes, tu autoestima no solo crece:
se vuelve tu base, tu piso seguro, tu estructura interna.
Y desde ahí es imposible vivir igual que antes.
— Sabrina | @tupsico.sa