Por qué te tratás tan duro, cómo eso sabotea tu progreso y qué podés hacer HOY para frenar el ciclo.
Por Sabrina | @tupsico.sa
La mayoría de las mujeres que acompaño llega a terapia diciendo lo mismo:
“Soy muy autocrítica… pero eso me hace exigirme y mejorar.”
Y es lógico creerlo. Durante años nos enseñaron que “ser duras con nosotras mismas” era sinónimo de disciplina, fortaleza y carácter.
Como si necesitáramos empujarnos a los gritos para avanzar.
Como si el autocastigo fuera una forma válida de crecimiento.
Pero la neurociencia y la psicología muestran lo contrario:
La autocrítica no te motiva.
La autocrítica te paraliza.
Te apaga.
Y te convence de que no importa lo que hagas, nunca será suficiente.
La autocrítica intensa funciona como una lupa emocional que solo resalta lo que falta.
Hagas lo que hagas, siempre “podría ser mejor”.
No importa si trabajaste, si te esforzaste, si avanzaste: tu mente encuentra el error, la falla, lo pendiente, lo que no lograste.
Y ahí empieza el ciclo que desgasta profundamente a tantas mujeres y que probablemente te desgasta a vos también:
Te exigís hacer todo perfecto.
Te cansás, te bloqueás o simplemente sos humana.
Te criticás por no haber podido más.
Te sentís insuficiente.
Te baja la energía.
Te cuesta avanzar.
Te volvés a criticar.
Y el ciclo recomienza.
La autocrítica consume tu fuerza mental como si fuera batería.
Y después te preguntás por qué “no tenés ganas”, “no podés organizarte”, “no te sale sostener hábitos”, “te cuesta motivarte”.
No es flojera.
No es falta de voluntad.
Es agotamiento emocional acumulado por años de tratarte desde la dureza.
Cuando la base emocional es “nunca soy suficiente”, cada meta se convierte en una sentencia.
Cada error, en una amenaza.
Cada intento, en una oportunidad para lastimarte.
Así, tu vida deja de ser un proceso y se convierte en un examen constante.
Uno en el que nunca aprobás.
Por eso, cuando empezás terapia y trabajamos juntas, lo primero que intervenimos no es tu productividad, ni tus hábitos, ni tus metas externas…
sino tu relación con vos misma.
Porque cuando dejás de pegarte latigazos por cada cosa, algo fundamental empieza a pasar:
– recuperás energía,
– recuperás claridad mental,
– recuperás motivación,
– recuperás compasión,
– recuperás humanidad.
Y cuando recuperás energía, recuperás capacidad.
Y cuando recuperás capacidad, aparece el cambio real.
No es magia.
Es psicología científica.
Cuando la autocrítica baja, todo tu sistema sale de alerta y todo empieza a mejorar: pensás mejor, decidís mejor y actuás mejor.
La autocompasión (que muchas confunden con debilidad) no es “ser blanda”.
Es regular tus emociones para poder vivir con coherencia.
Es dejar de responderle a la vida con miedo y empezar a responderle con presencia.
Es construir una relación interna donde no necesitás castigarte para avanzar.
Y sí: cuesta.
Especialmente si creciste escuchando frases como:
“tenés que exigirte”,
“si no te criticás, te estancás”,
“no te conformes nunca”,
“podés más”,
“es tu culpa por no intentarlo lo suficiente”.
Pero acá está la verdad que nadie te dijo:
Ser más dura no te hace más fuerte.
Ser más amable tampoco te hace débil.
Te hace eficaz.
Te hace consciente.
Te hace libre.
¿Querés mejorar tu vida de verdad?
¿Tus hábitos, tu organización, tu bienestar emocional, tus vínculos, tu autoestima?
No empieces por exigirte más.
No empieces por metas gigantes.
No empieces por listas interminables de “cosas que deberías mejorar”.
Empezá por dejar de tratarte cruelmente.
Empezá por hablarte como le hablarías a alguien que amás.
Empezá por sostenerte en vez de juzgarte.
Empezá por darte el permiso de equivocarte sin destruirte.
Ahí aparece tu verdadera potencia.
Ahí aparece tu capacidad real.
Ahí aparece la versión de vos que siempre quisiste ser.
— Sabrina | @tupsico.sa