Este artículo explora la condición universal de la neurosis desde una perspectiva psicoanalítica contemporánea.
¿Alguna vez has sentido un miedo irracional al ascensor? ¿Has vuelto a revisar la puerta cerrada tres veces antes de salir de casa? ¿O has sentido que tu cuerpo se paraliza cuando debes hablar en público, aunque no haya razón médica para ello? No estás solo. Estas experiencias, aparentemente aisladas, son manifestaciones de lo que Freud llamó la neurosis: una forma universal de organizar el sufrimiento psíquico frente a lo imposible del deseo, la ley y el Otro.
Como bien decía Juan David Nasio: “Sí, somos todos neuróticos. La mezcla entre neurosis y ‘vida normal’ es una frontera muy borrosa”. Podemos ser “normales” en el trabajo, funcionales, productivos… y profundamente neuróticos en el amor, en la familia, en la relación con nosotros mismos. La neurosis no es un estado permanente, sino una condición que se enciende en ciertos momentos, ante ciertos afectos: el abandono, la culpa, el deseo.
Nasio identifica seis rasgos centrales en todo sujeto neurótico. El primero es la insatisfacción crónica: el neurótico nunca está contento. No le gusta lo que hace, no valora lo que tiene, y casi nunca se reconoce en lo que es. Vive como si siempre faltara algo, como si la felicidad estuviera en otro lado, en otro tiempo, con otra persona.
El segundo rasgo es la autocrítica extrema. El neurótico no se quiere a sí mismo. Se juzga con dureza, se humilla en silencio, se castiga por errores mínimos. Es su propio juez interior, implacable. Freud notó esto en los obsesivos: la conciencia moral se vuelve tirana, y el superyó exige perfección imposible.
Tercero, el neurótico es profundamente susceptible. Vive en estado de alerta ante tres temores: ser abandonado, ser humillado, o que dejen de quererlo. Una mirada, un silencio, un mensaje no respondido, y su mundo interior se desmorona. Como dijo Lacan, el neurótico “sufre del Otro” (Seminario 4): su equilibrio depende de cómo cree que el otro lo percibe.
Cuarto —y aquí Nasio toca algo sorprendente—, el neurótico tiene accesos perversos. No en el sentido clínico de la perversión, sino en comportamientos que contradicen su moral: celos excesivos, manipulaciones emocionales, deseos sexuales intensos o actos impulsivos que luego lamenta. Son breves salidas de su propio guion, como si el inconsciente dijera: “También soy esto”.
Estos rasgos se manifiestan de formas distintas. La histeria, según Freud en Estudios sobre la histeria (1895), pregunta: “¿Qué quiere el otro de mí?”. Su cuerpo habla cuando las palabras fallan: un nudo en la garganta, una parálisis inexplicable. El histérico quiere ser deseado, visto, necesario. Como dijo Lacan, “quiere ser el objeto del deseo del Otro” (Seminario 4).
La neurosis obsesiva huye del deseo. Construye reglas, rituales, dudas infinitas. Revisa, lava, repite. Su lema: “Antes muerto que culpable”. Prefiere la angustia a la acción.
La fóbica desplaza el miedo. No al deseo, sino a un objeto: caballos, espacios cerrados. La fobia defiende: “No tengo miedo al ascensor, tengo miedo a estar solo con mi deseo”.
Freud lo dijo: “Lo reprimido retorna” (La negación, 1925). Y Lacan añadió: “El síntoma es una satisfacción simbólica del deseo”. Ser neurótico no es estar roto. Es estar humano.
Bibliografía
