Una mirada distinta sobre la ansiedad: menos culpas, más comprensión y herramientas concretas.
— Por Sabrina | @tupsico.sa
La ansiedad no aparece de la nada.
No “te ataca”.
No es un defecto.
No es una falla.
No es una señal de debilidad, ni algo que tengas que esconder.
La ansiedad es una respuesta.
Una reacción y una acumulación que venís sosteniendo hace tiempo. Y aunque sea incómoda, intensa, molesta o agotadora… siempre trae un mensaje.
Lo que pasa es que nadie nos enseñó a escucharlo.
La mayoría intenta calmar su ansiedad peleando con ella:
– “No debería estar así”
– “Tengo que controlarme”
– “No tiene sentido lo que me pasa”
– “Otra vez lo mismo, qué bronca”
Y cuanto más peleás, más sube.
No porque seas débil.
Sino porque tu cuerpo interpreta esa pelea interna como más amenaza.
La ansiedad no mejora con control.
Mejora con comprensión.
La ansiedad aparece cuando venís cargando más de lo que tu sistema puede sostener.
Cuando tenés mil pestañas mentales abiertas.
Cuando estás haciendo malabares emocionales para funcionar como si nada.
Cuando vivís en modo alerta: resolver, cumplir, agradar, anticipar, evitar errores, dar más, esperar menos de los demás y más de vos.
La ansiedad es un sistema de alarma.
No quiere arruinarte nada.
Quiere avisarte que estás sola con demasiado.
Que estás haciendo el trabajo de tres personas.
Que venís ignorando señales hace rato porque “no hay tiempo para parar”.
Que venís durmiendo mal, alimentándote rápido, respirando corto, decidiendo desde el miedo a fallar.
Que hace mucho no te preguntás qué necesitás, qué te duele, qué te falta.
¿Y qué pasa cuando dejás de tratar a la ansiedad como un enemigo y empezás a verla como un aviso?
Pasa algo poderoso:
– deja de darte vergüenza;
– deja de bloquearte;
– empezás a detectar los disparadores reales;
– podés intervenir antes del colapso;
– recuperás una sensación de control verdadera, no ficticia;
– dejás de sentir que “te pasa de la nada”;
– empezás a entender tu propio patrón, tu propio mapa.
Porque sí: tu ansiedad tiene un mapa. Y es único.
Cuando trabajamos ansiedad en terapia, no hacemos “tips” aislados ni frases motivacionales.
Hacemos un proceso claro, profundo y totalmente personalizado a tu forma de sentir, pensar y vivir.
No todas las ansiedades son iguales.
Algunas vienen del sobrepensamiento constante.
Otras del miedo a fallar.
Otras de la falta de descanso real (no, estar en el sillón mirando el celular no es descansar).
Otras del hábito de “tengo que poder sola”.
Otras de tu propia historia, de los mandatos, de la necesidad de agradar, de haber sido la niña responsable que nunca podía fallar.
Tu ansiedad tiene su propia historia de aprendizaje.
Y no se la puede intervenir sin conocerla.
Por eso, regular respiración, activar el parasimpático, bajar tensión física, trabajar pensamientos y ajustar exigencias no son cosas aisladas.
Son piezas del mismo sistema.
Si solo intentás meditar, te frustrás.
Si intentás “pensar positivo”, no alcanza.
Si solo hacés respiraciones, vuelve.
La ansiedad se trabaja integrando, no fragmentando.
La ansiedad no solo se siente:
se alimenta.
La postergación.
El “yo me encargo”.
La hiperexigencia.
La anticipación constante.
El autosacrificio.
El “primero todo, después yo”.
El decir “sí” con miedo a decepcionar.
El sostener vínculos que te consumen energía.
El no descansar por culpa.
El querer controlar lo que no depende de vos.
Estos hábitos no acompañan tu ansiedad:
la aumentan.
Cuando los ajustás de forma estratégica, baja tu ansiedad más de lo que imaginás.
Ahí empiezan los cambios reales. Los que te devuelven claridad, calma, capacidad de elegir y sensación de orden interno.
La ansiedad no es el fin de tu vida tranquila.
Es la puerta de entrada a tu autocuidado real.
No es el problema.
Es el mensaje.
La pregunta es:
¿estás lista para escucharlo?
Si es así, te acompaño a hacerlo juntas.
— Sabrina | @tupsico.sa