"Me amabas" (Cuando nos dejan)

Autor: Santiago Tumulty , 29/09/2025 (137 vista)
Emociones y sentimientos, Depresión, Separaciones y pérdidas, Autoestima, Psicología del adolescente, Soledad, Sentido de la vida, Violencia sexual, Apatía y fatiga, Codependencia
"Me amabas" (Cuando nos dejan)

El fin de un amor y lo que queda para uno

"Me amabas..." (Cuando nos dejan).

Una breve reflexión sobre la pérdida del lugar de privilegio que alguna vez tuvimos con alguien. "Si me amabas...." 

Hay amores que, al terminar, no sólo nos arrebatan la presencia de quien amábamos, sino también un lugar en el mundo que creíamos asegurado. Ese sitio íntimo donde éramos mirados con ternura, donde nos sentíamos únicos, sostenidos y privilegiados en la vida del otro. Perder ese espacio es perder algo más que a una persona: es también perder la sensación de pertenencia y de centralidad en una historia compartida.

El duelo amoroso duele porque confronta con esa pérdida de lugar. Y, como suele suceder frente al vacío, la mente se aferra a ilusiones: la fantasía de que con el tiempo, la paciencia o la insistencia, el amor podría revivir como antes. Nos convencemos de que el regreso es posible, que todo fue una pausa, un malentendido, y que en algún momento la trama se reanudará como si nada hubiera ocurrido. Pero lo cierto es que lo que se quiebra ya no vuelve a ser igual. Aunque se reinicie, aunque haya un nuevo comienzo, nunca será exactamente lo que fue.

Aceptar esa realidad no es sencillo. La tentación de reincidir en el recuerdo constante —las fotos, los mensajes, las escenas que repasamos una y otra vez— parece mantener vivo el vínculo. Pero en verdad, prolonga el dolor y nos condena a una repetición que hiere. Aferrarnos a los recuerdos se vuelve una manera de negar la ausencia, como si al repasarlos pudiéramos devolver a la vida lo perdido. Y sin embargo, la repetición nos atrapa, nos inmoviliza y nos impide abrirnos al presente.

Aceptar no significa olvidar ni negar lo vivido. Aceptar es reconocer nuestra fragilidad, permitirnos llorar, admitir que la ausencia duele. Es habilitarnos a sentir sin vergüenza, porque no se trata de debilidad, sino de humanidad. La pérdida de un amor deja una herida sensible que merece tiempo, cuidado y silencio. Respetar ese proceso es darle lugar al duelo para que pueda cumplirse, para que el tiempo —aliado inevitable— haga su trabajo.

El proceso terapéutico aparece entonces como un espacio necesario. La palabra, al ponerse en juego en la intimidad de una sesión, permite que lo insoportable se vuelva decible y que lo innombrable empiece a transformarse. La terapia no busca borrar lo vivido ni anestesiar el dolor, sino habilitar que el sujeto se reencuentre consigo mismo, que descubra recursos que creía perdidos, que recupere el sentido de su existencia aun en medio de la pérdida. Allí donde el recuerdo se repite como castigo, la escucha profesional abre otra perspectiva: la posibilidad de que el duelo sea tránsito y no encierro, camino y no condena.

En el dolor de la ruptura no necesitamos discursos que nos obliguen a ser fuertes ni frases que exijan olvidar rápido. Lo que se necesita es el permiso para llorar, para recordar, para sentirnos frágiles. Y, al mismo tiempo, la compañía que ayude a transformar ese dolor en aprendizaje, en huella que no paraliza sino que señala un antes y un después en la vida. Porque cuando dejamos de reclamarle al pasado lo que ya no puede ofrecernos, se abre un horizonte nuevo: la oportunidad de volver a mirarnos y comenzar a ser el centro de nuestra propia vida.

Aceptar el fin del amor es un acto profundamente humano y, en cierto modo, profundamente amoroso con uno mismo. Es elegir no reincidir en la herida del recuerdo constante, es permitirse la fragilidad sin vergüenza y, desde allí, empezar a reconstruirse. Porque cuando el amor se rompe y el lugar de privilegio se desvanece, aún queda lo más importante: la posibilidad de reencontrarnos con nuestra propia sensibilidad, de recuperar el sentido, y de volver a elegir la vida, con todo lo que trae, incluso con lo que nos falta.

Estadísticas:

El duelo complicado (o Prolonged Grief Disorder, trastorno de duelo prolongado) afecta aproximadamente al 7-10 % de quienes adquieren una pérdida significativa. abct.org+2Verywell Mind+2

En poblaciones que han vivido pérdidas traumáticas (como muerte súbita, violencia, pandemias), la prevalencia de duelo prolongado puede subir hasta entre 10 % y 34 %. PubMed

En cuidadores de personas con enfermedades terminales (por ejemplo, familiares de pacientes con cáncer), los trastornos de duelo se estiman en torno al 14.2 % (con un intervalo de confianza de 11.7 %–16.7 %) tras la pérdida. Cambridge University Press & Assessment

En infancia y adolescencia, las intervenciones psicosociales preventivas y terapéuticas han mostrado efectos significativos en la reducción de los síntomas de duelo, depresión y trastorno de estrés postraumático (TEPT). En un meta-análisis con casi 5.600 jóvenes, se encontró que las intervenciones no controladas tienen un efecto moderado sobre el duelo (g ≈ 0,29) y efectos menores pero significativos sobre depresión y TEPT en estudios controlados (g ≈ 0,18 para duelo; g ≈ 0,28 para depresión). PubMed

Sobre la eficacia terapéutica en duelo prolongado, una revisión sistemática que analiza ensayos clínicos aleatorizados (2011-2024) encontró que terapias específicas, como la terapia cognitivo-conductual (CBT), tanto en su versión individual como grupal o basada en internet, son de las intervenciones más efectivas. PubMed

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