Nuevos malestares en la cultura

Autor: JUAN DE ALTHAUS , 29/11/2025 (4 vista)
Sentido de la vida, Emociones y sentimientos, Soledad, Sexualidad, Relaciones padres-hijos, Vergüenza y culpa, Emigración y adaptación, Relaciones familiares, Motivación., Guerra
Nuevos malestares en la cultura

Análisis desde Freud a la actualidad sobre las modificaciones de época de los malestares del sujeto y por qué siempre se producen.

Nuevos malestares en la cultura

Por Juan de Althaus

Psicoanalista, historiador y editor

Cuando abordamos el término “cultura” nos viene a la mente un concepto que exalta las producciones espirituales del ser humano en todos los ámbitos de su actividad. Historiadores y antropólogos establecen que la cultura constituye un sistema de creencias, organización simbólica, idiomas, tradiciones, estructuras sociales, instituciones, bienes materiales, ideales, valores, normas, que se modifican según el espacio y el tiempo.

Sigmund Freud señala al respecto: “Nos conformaremos con repetir que el término ‘cultura’ designa la suma de producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y que sirven a dos fines: proteger al hombre contra la naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí”[1].

Paradoja

Esta protección y regulación no deja de presentar problemas y paradojas que resquebrajan una visión idílica de la función de la cultura. Freud señala: “El designio de ser felices que nos impone el principio del placer es irrealizable; más no por ello se debe –ni se puede– abandonar los esfuerzos por acercarse de cualquier modo a su realización”.[2] Para soportar este oxímoron plantea tres muletas: las distracciones poderosas, las satisfacciones sustitutivas (sublimaciones) que reducen los sufrimientos y los narcóticos. Pero ninguna regla vale para todos, depende de cada uno.

Las investigaciones sobre su experiencia clínica llevaron a Freud a conceptualizar la pulsión de muerte, como una deriva permanente que tiende en cada sujeto a retornar al mundo inanimado. Se supone que la cultura debe dominar esta pulsión para evitar la destrucción de los otros y de sí mismo, pero toda renuncia a la satisfacción de la pulsión de muerte se incorpora al superyó como una “conciencia moral”, que acentúa su agresividad contra el “yo”, formando el sentimiento de culpabilidad. 

La paradoja anterior implica que cuanto más la cultura intenta reprimir la pulsión de muerte y la agresividad del sujeto que produce malestar, el superyó se vuelve más exigente exacerbando el malestar de otra manera.

Ahora bien, esa concepción de Freud se daba en un contexto histórico donde todavía prevalecía la moral victoriana con su excesivo moralismo represor de la satisfacción sexual y de la agresividad, que ya se había resquebrajado debido a los estragos inéditos de la Primera Guerra Mundial. En 1929, cuando Freud escribe El malestar en la cultura, aparecieron nubes oscuras en el horizonte. Nacía el nazismo, el fascismo y en la URSS se había consolidado la dictadura burocrática de Stalin que luego iniciara las purgas de los Juicios de Moscú. 

Ante las promesas de felicidad de los discursos de su época, Freud comenta, por un lado, que la posesión de bienes privados otorga poder a los individuos, lo que puede conducir a maltratar a sus semejantes, y los desposeídos pueden rebelarse. Por otro lado, critica que la sustitución de la propiedad privada por la socialista no eliminaría las pasiones oscuras. Es más, sostiene que la cultura tampoco resuelve estas pasiones. La Alemania prenazi era la más culta del mundo. El momento más álgido que lo demuestra es el exterminio nazi de los campos de concentración, aplicándose lo último de la ciencia y la técnica para montar una maquinaria de matar por matar sin ningún sentido, un horror que nunca había sucedido en la historia humana, y que se reproduce en algunos casos hasta el día de hoy.

Se puede forzar a los individuos a ser mejores, pero conduce a peores consecuencias. Ninguna educación, arte, solidaridad o lo que fuese, elimina la pulsión de muerte. En esa dirección, es una utopía prometer “extirpar totalmente” la violencia y el crimen.

Permisividad

Las coordenadas cambiaron luego de la Segunda Guerra Mundial: se inició un proceso histórico que pasó de la prohibición a la permisividad. Así se fue consolidando en el discurso de la civilización la “libertad sexual”, el cuestionamiento de las normas, el “Anti-establisment”, las ideologías de género, entre otras posturas que llamaban a la “liberación”. Supuestos incólumes comienzan a desmoronarse con el avance de la ciencia. A modo de ilustración, se derrumba la procreación tradicional con la inseminación artificial y en Vitro. Ya no cabe la frase “La madre sólo es una”, puesto que se practican los vientres de alquiler y se diseñan los bebés “a la carta”, mientras la familia tradicional se diluye en múltiples modalidades nuevas y donde el objeto hijo es prevalente.

El mundo experimentaba la alianza entre el discurso capitalista y la ciencia, ingresándose progresivamente al reino desbocado de los objetos de consumo, que dominan la subjetividad. Se instala la vorágine de la quimera de la satisfacción inmediata y completa adquiriendo el último objeto tecnológico, lanzado al mercado, de por sí efímero. Todo un círculo vicioso cerrado que no da lugar a la falta, fundamento para la invención de satisfacciones diferentes y moderadas. Los celulares ya están integrados a las actividades cotidianas haciéndose indispensables y la IA, creación algorítmica del puro pensamiento humano, va por ese camino; la cuestión es darles un buen uso. Así, la caída de las prohibiciones ha desatado la generalización de la pornografía muda a velocidad de un clic, de las toxicomanías y las adicciones diversas, el consumismo obsesivo sin límites y los goces autistas y solitarios. Ya no hay una función paterna clásica que circunscriba los impulsos mortíferos. El estrago materno es la reina y los grandes ideales universalistas padecieron en el ocaso

En estas condiciones surgió la enseñanza del psicoanalista francés Jacques Lacan, que retomó a Freud de otra manera. Precisó el malestar en la cultura como impases de la civilización que configuran múltiples síntomas sociales y modificó la clínica. El superyó ya no opera como un dispositivo de prohibición y culpa sino con el imperativo: “¡Goza todo el tiempo al máximo!”. Los relatos de las grandes soluciones han sido sustituidos por la promesa imposible del mercado de la satisfacción plena (“todo es posible”), lo cual genera angustia y desorientación. Se generaliza la violencia sin sentido, la prohibición del incesto se resquebraja; la anorexia y bulimia, entre otros síntomas actuales, ingresan a escena: Se vomita el vínculo con el Otro, o no se lo ingiere. El mercado ha creado la época del hombre sin atributos, transformado en pura estadística y objeto de evaluaciones cuantitativas en casi todos los órdenes.

No relación

En este contexto, las guerras no deben sorprender. Es una respuesta del misterio de lo real indecible, recubierto por discursos líquidos. Eliminar al otro es otra forma de satisfacción pulsional con el imperativo “¡Mata!”, “¡Sacrifica tu vida!”, como héroe obligado a encarnar un desacreditado discurso. Y ni qué decir, la perspectiva de la cancelación del movimiento Woke y su contraparte el neoliberalismo “libertario”, resultan en dos caras de la misma moneda. Las comunidades identitarias quieren ser cada una un universo, produciendo segregación y las “batallas culturales” están la orden del día. Por todos lados pululan las “narrativas”, significante que disfraza la inexistencia de garantía que el lenguaje pueda coincidir con lo real en juego. Por un lado, mucha charlatanería; por otro un silencio sepulcral. Hay tantas éticas como narrativas. Es bueno aclarar que el psicoanálisis también ha contribuido al desencantamiento de los mitos, de las ilusiones y del padre clásico, es porque ha indicado que en la base de la relación entre los sexos no hay nada escrito, no hay correspondencia, no hay ley “natural”, como lo anotaba Lacan, por lo cual en ese lugar se inventa cualquier ficción.

Más aún, esta “no relación” es el origen del malestar de los cuerpos hablantes. Se inicia desde el acontecimiento del impacto singular del lenguaje sobre el cuerpo, dejando unas marcas escritas indelebles que mortifican al sujeto, el cual quedó dividido, agujereado. Solo una parte del goce anterior al lenguaje su vehiculiza a través de las imágenes y las palabras. Un malentendido estructural que no cesa de repetirse. Laca sostiene que ser que habla, su inconsciente, está recortado por tres dimensiones separadas de lo real, lo simbólico y lo imaginario anudados borroméicamente. Lo real es lo imposible de soportar y de nombrar, que un horror revela. En la actualidad es el síntoma (la cuerda naranja en el gráfico) el que se encarga de anudar estas tres dimensiones (dichomansiones según Lacan).

 

En la vida cotidiana irrumpen los olvidos, los lapsus, los fracasos, las dificultades, frente a lo cual se quiere una armonía, una paz, un equilibrio entre la pulsión de muerte del exceso de goce y el deseo de bienestar, pero tal cosa no es posible, hay siempre tropiezos. Incluso, a la persona amada también se le agrede a veces sin intención, y a otros se los usa perversamente, sin su consentimiento, para denigrarlos de múltiples maneras. El consumismo no logra taponar estos impases, ya que ha puesto en la escena que el cuerpo no solo es la imagen propia de una superficie unificada con agujeros sino, sobre todo, una sustancia que siempre está gozando; es decir, experimentado el placer y el dolor a la vez.

Síntoma

Ni la educación ni la política eliminarán la pulsión de muerte, el goce excesivo, ni la tendencia a la autodestrucción y de los otros. Esto no significa resignarse a esta tragicomedia humana. Sin duda, son relevantes las condiciones de la democracia y su libertad de expresión, y que se atiendan los derechos de educación, salud, empleo, entre otros. Pero habría que enfatizar que el síntoma se convierte en la principal defensa contra las pulsiones, y cada uno tiene el suyo propio, y conviene interrogarse sobre él. El psicoanálisis ofrece cierta conciliación, compensación y una posibilidad de soportar el malestar actual con menos sufrimiento y angustia, trabajando cada uno alrededor de su síntoma, de tal manera de poder manejarse de otra manera inventiva, sin dejar de asumir que un saldo incurable quedará. Ahora más que nunca, el ciudadano singular está en la palestra, él tendrá que vérselas cómo se ubica en este mundo morigerando el goce con su deseo de lograr algo, lo cual implica un trabajo en el tiempo y nuevos vínculos tolerables con los otros, sobre todo mediante el amor, la buena conversación, considerando la ética del “bien decir” que responsabiliza al sujeto de lo que dice y hace.


 

[1] Freud, Sigmund (1930). El malestar en la cultura. Obras completas. T. VIII. Editorial Biblioteca Nueva, p. 3033.

[2]Idem, p. 3029.

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