No todos los duelos son por la pérdida de una vida. A veces, lo que duele es una etapa que terminó, una relación que se rompió, una versión de ti misma que quedó atrás.
“No murió, pero me dolió como si hubiera muerto.”
Esta es una de las frases más comunes que escucho en consulta cuando alguien habla de una ruptura amorosa, de una amistad perdida, o incluso del cierre de una etapa significativa en su vida.
Y es que el duelo no es exclusivo de la muerte.
También hacemos duelo cuando nos despedimos de algo que fue importante: una relación, una ciudad, una oportunidad, una identidad, una ilusión. Sin embargo, estos duelos emocionales, al no ser socialmente reconocidos, suelen vivirse en silencio, con culpa o vergüenza por "sentir tanto".
Cuando no hay un funeral ni un rito de cierre, la mente racional muchas veces invalida el dolor:
“Pero si ya fue hace meses…”
“Debería estar bien…”
“Al menos no murió nadie…”
Y entonces la tristeza se vuelve muda. Se instala en el cuerpo, en el insomnio, en el desánimo, en la sensación de desconexión. Es ahí donde el duelo se vuelve invisible pero persistente, y necesita un espacio seguro para ser procesado.
Desde la psicología sabemos que el duelo implica una serie de tareas emocionales: aceptar la pérdida, expresar el dolor, reubicar emocionalmente lo perdido y seguir adelante con sentido.
Pero, ¿cómo hacemos eso cuando lo perdido no es tangible?
Aquí es donde el arte y lo simbólico entran como puentes terapéuticos.
Uno de los recursos que he incorporado con mayor fuerza en mi práctica es el uso de la cerámica terapéutica. Moldear una figura que represente el dolor, romperla y luego repararla con nuestras propias manos, es una metáfora poderosa del proceso interno que vivimos en el duelo. El resultado no es solo una pieza decorativa, sino un testimonio silencioso de que lo roto también puede ser hermoso. De que tú también puedes ser reconstruida.
Uno de los grandes mitos sobre el duelo es que “superarlo” significa dejar de recordar, dejar de sentir.
En realidad, sanar es integrar: darle un nuevo lugar a lo vivido, encontrarle sentido, transformarlo en parte de tu historia sin que defina todo tu presente.
Esto puede lograrse con acompañamiento terapéutico, espacios grupales, escritura, movimiento corporal, o experiencias simbólicas que hablen el lenguaje del alma. Cada persona tiene su ritmo, su forma, su manera de transitar el proceso.
Por eso nació el taller “Corazones Rotos”, un espacio diseñado para mujeres que están atravesando duelos invisibles: rupturas, despedidas, pérdidas emocionales.
A lo largo de una mañana trabajamos desde la psicología y el arte, utilizando cerámica terapéutica para representar el proceso de reconstrucción emocional.
No se trata de “olvidar” ni de “superar”, sino de darle forma a lo vivido, de ponerle sentido al dolor, y de recordarnos que también merecemos florecer después de la tormenta.
Este tipo de espacios no solo acompañan el duelo, también lo dignifican. Le devuelven al dolor su derecho a ser sentido, expresado y transformado con compasión.
Muchas veces, cuando atravesamos una pérdida emocional, lo primero que intentamos hacer es evitar sentir. Nos distraemos, nos llenamos de actividades, nos decimos que “ya pasó” o que “hay cosas peores”. Esta negación, aunque comprensible, solo posterga el dolor… y cuando este no se expresa, se transforma en ansiedad, en enojo, en tristeza crónica o en vacío.
Aceptar que estamos en duelo no nos debilita. Al contrario, nos humaniza. Es un acto de valentía reconocer que algo dentro de nosotras necesita cuidado, atención y acompañamiento. Y cuando nos damos ese permiso, comienza realmente la sanación.
En el taller “Corazones Rotos”, una de las frases que más resonó en las participantes fue:
"No estoy rota, estoy en reconstrucción."
Porque eso es lo que ocurre cuando transitamos el duelo de forma consciente: empezamos a reconocernos no solo por lo que perdimos, sino por lo que somos capaces de volver a construir desde ahí.
Y en ese proceso, cada grieta que antes dolía se transforma en una huella de vida, en una cicatriz dorada que nos recuerda que sí, fuimos heridas, pero también fuimos capaces de sanar.
Si estás atravesando un proceso de duelo —por la razón que sea—, no estás sola.
Tu dolor es válido, tu historia merece espacio, y tu corazón también puede volver a latir desde un lugar nuevo.