🧭 El síntoma como brújula

Autor: Nadya Labayen , 08/10/2025 (76 vista)
Emociones y sentimientos, Estrés
🧭 El síntoma como brújula

A veces el síntoma no es un enemigo a vencer, sino una señal que intenta decir algo de nosotros. Escucharlo puede abrir un camino distinto, más propio y más verdadero.

A veces creemos que un síntoma es algo que hay que eliminar rápido: la ansiedad, la tristeza, el insomnio, la falta de ganas, el enojo que aparece sin motivo, etc. Todo lo que interrumpe el ritmo de lo cotidiano suele vivirse como un error, algo que hay que corregir. Pero ¿qué pasaría si, en lugar de apurarnos a callarlo, pudiéramos escucharlo?

El síntoma no siempre es un enemigo. A veces es una señal, una especie de brújula que nos muestra, aunque de manera incómoda, que algo en nosotros no está funcionando como antes. Que una manera de vivir, de amar o de responder al mundo, ya no alcanza. Y que insistir en seguir igual, solo porque “así debería ser”, nos deja cada vez más lejos de lo que realmente somos.

Vivimos en una época que ofrece soluciones rápidas para casi todo: pastillas para dormir, aplicaciones para meditar, frases motivacionales que prometen calma en tres pasos. Pero el sufrimiento no se apaga tan fácilmente. Lo que vuelve, lo que insiste, lo que no se deja resolver con la lógica de la eficiencia, tiene algo para decir. Y es ahí donde el psicoanálisis propone algo diferente: no tapar el síntoma, sino escucharlo.

El síntoma es una forma de decir sin palabras. Habla donde el sujeto no puede hablar. A veces lo hace con el cuerpo, a través del insomnio, de un dolor que no tiene causa médica, de un cansancio que no se explica. Otras veces lo hace con los actos: repeticiones, olvidos, enojos desmedidos, elecciones que se repiten aunque “sabemos” que no nos hacen bien. Detrás de esa insistencia hay algo del orden del inconsciente que busca ser escuchado.

En ese sentido, el síntoma tiene una lógica propia, una historia y una voz. No es casual ni absurdo, aunque a veces lo parezca. Es una formación del inconsciente que condensa algo de nuestra verdad, de lo que no logramos poner en palabras. Por eso, más que eliminarlo, el trabajo analítico busca descifrar qué hay detrás de él. Cuando se logra escuchar lo que el síntoma dice, sin juzgarlo ni taparlo, empieza a transformarse. No desaparece por arte de magia, pero cambia su función: deja de ser un obstáculo y pasa a ser una vía de acceso a uno mismo.

Escuchar el síntoma no es fácil. Requiere tiempo y, sobre todo, un espacio donde no haya juicio, donde uno pueda hablar sin que le digan qué hacer ni qué sentir. Un lugar donde cada palabra encuentre su valor, incluso las que parecen sin sentido. En ese espacio, el síntoma puede decir lo que antes no encontraba manera de decir. Y cuando eso sucede, algo se afloja. Ya no aprieta igual. Porque el síntoma encuentra otra vía para existir: una vía que pasa por el decir.

A veces creemos que conocernos a nosotros mismos es entender lo que queremos o lo que nos gusta. Pero el inconsciente tiene sus propias razones, muchas veces desconocidas. El síntoma nos recuerda eso: que no todo en nosotros está bajo control y que hay algo de nuestra verdad que se escapa a la voluntad. En lugar de asustarnos, podríamos dejar que eso nos guíe. Porque ahí donde aparece el síntoma, también aparece una pregunta: ¿qué de mí se está diciendo acá?

Además, escuchar el síntoma nos invita a una curiosidad activa sobre nosotros mismos. Nos obliga a detenernos, a prestar atención a lo que usualmente ignoramos o descartamos. Cada sensación, cada emoción que aparece inesperadamente, cada impulso que no comprendemos, puede ser una pista de algo profundo que nuestro inconsciente intenta comunicar. No se trata de analizarlo rápido ni de juzgarlo, sino de permitirnos habitar esa experiencia y dejar que nos enseñe algo sobre nuestra manera de estar en el mundo. Ese acto de atención consciente puede abrir espacios de autoconocimiento que antes parecían inaccesibles.

Tal vez el síntoma no sea algo que haya que apagar, sino algo que haya que traducir. Y en esa traducción, en ese recorrido singular que cada uno hace a su ritmo, muchas veces uno empieza a encontrarse consigo mismo. No con la imagen ideal que intenta sostener, sino con algo más vivo y más propio: con su deseo.

Y cuando ese deseo se nombra, cuando encuentra su lugar, el síntoma deja de ser pura molestia y se convierte en señal. En vez de cerrarnos, nos abre. Nos orienta hacia algo nuevo, a veces pequeño, a veces imperceptible, pero auténtico. Porque escuchar lo que en nosotros insiste, es también una forma de volver a escucharnos vivir.

El artículo ya recibió “me gusta”