Conceptualización del fenómeno de la angustia en análisis.
¿Qué es lo que nos pasa cuando nos sentimos mal y no sabemos por qué? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Cuál es el secreto de los vínculos? ¿Por qué siento ganas de llorar todo el tiempo? Estas preguntas son algunas de tantas que podrían servir para decir algo, aunque sea muy poco, sobre la angustia.
La angustia es un afecto muy particular y nodal en análisis porque es alrededor del cual gira toda la erótica del sujeto. El deseo se organiza en función de este punto angustiante que nos anoticia de que algo nos falta y, consecuentemente, que hay que salir a buscarlo. Cuando uno se siente angustiado significa que es un buen momento para reconstruir la vida, construir nuevos vínculos, lograr nuevos consensos con uno mismo y soportar las mutaciones que eso conlleva; la angustia se trata de una sensación aplastante y terrible, pero de la que pueden salir cosas buenas si se la canaliza hacia donde ella misma apunta.
Este artículo se basa en el seminario X de Jaques Lacan, titulado “La angustia”. En las siguientes líneas me dedicaré a recorrer con la mayor claridad posible y de manera didáctica, dado que se trata de un escrito de divulgación, este fenómeno nodal que es utilizado como punto de capitoné y como brújula en la terapia analítica. Ahora bien, que sea nodal no significa que vayamos a análisis a angustiarnos, sino al contrario, vamos a resolver la angustia canalizando ese afecto hacia el objeto de la pulsión.
Para empezar, es importante decir que la angustia, a diferencia de otros afectos como el miedo o la tristeza, no tiene objeto; esto es decir que no se sabe por qué se esta angustiado. Cuando uno siente miedo sabe cual es el objeto que causa dicho miedo, o cuando uno está triste se puede identificar la razón de la tristeza; pero en la angustia no sucede lo mismo, se trata de una sensación de profundo vacío porque ésta es “sin red”. Esto quiere decir que no está “atada” a ningún significante, a ningún objeto (ya sea este una persona, un deporte, una pasión), por eso se presenta como un afecto que hace perder los estribos, que nos corta la posibilidad de decir algo.
En la terapia analítica, uno de los objetivos es restituir la función pulsional. Esta función es aquella por la cual el sujeto logra investir libidinalmente objetos que le dan sentido a su vida. Esto quiere decir, por ejemplo, ser apasionado en la pareja, o por un deporte, por la música, por la escritura, por un oficio, etc. Por lo tanto, esta función es la que construye la identidad de una persona y la hace “ser quien es”.
Ahora bien, para que funcione la pulsión es necesario que falte algo en la estructura. Para decirlo en términos comunes, uno busca “algo” en aquello que lo apasiona, busca aquello que lo haga sentir pleno y que lo “complete”. Esa sensación de que algo falta es lo que hace funcionar la rueda del deseo y estructura la pulsión, volcando el investimento libidinal hacia adelante y hacia el exterior. Cuando estamos angustiados, lo que sucede es que la falta viene a faltar. Y esto es porque en la dinámica de la estructura de la palabra hay un elemento que no estaría funcionando, elemento al cual se le llama objeto a, u objeto causa de deseo. Justamente en ese punto de la estructura, en ese espacio indeterminado y vacío, espacio de la falta, es donde aparece la angustia. Esto significa que a dicho espacio hay que bordearlo, acercarnos, tocarlo y salir (para que la pulsión funcione), pero nunca quedarse allí. Por esto digo al principio de este artículo que la angustia es el punto que regula la erótica de un sujeto, porque es el punto en función del cual se desea y se ama.
En la angustia es esta estructura donde la falta cumple una función la que se ve desestructurada. Consecuentemente la libido se vuelca hacia adentro y “pierde el norte”, pierde sus objetos. Por eso la angustia se percibe como una fuerte sensación corporal en donde la palabra tambalea, y solo queda dicha sensación interna. De esto se deduce que es muy difícil decir algo desde la angustia, pero no es imposible. A eso apuntamos en análisis, a poder decir algo nuevo desde allí que vuelva a poner “las cosas en su lugar” y que la vida vuelva a tener sentido: uno nuevo.
Reintegrando el objeto a como causa de deseo en la estructura de la palabra, restituimos la función pulsional.
Para concluir, debo decir que algunos creen que hacer análisis solo es hablar de lo que nos hace sufrir, e ir a llorar y pasarla mal. Debo decirles que están en lo incorrecto: el espacio de análisis es un espacio en donde uno aprende a decirse a si mismo de otra manera, donde se aprende a aceptar los cambios que nos acaecen y en donde se alivia el alma, puesto que nos hace salir de círculos eróticos de pensamientos que nos tienen encerrados e ir hacia cosas nuevas.
¡No! En análisis no solo se llora... También se ríe y se aprende a amar la vida.
Fabio Latorre. Psicólogo psicoanalista.
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