En este artículo se intenta derribar algunos mitos sobre el psicoanálisis, particularmente sobre la temática de lo inconsciente.
Este breve artículo de divulgación estará dedicado a derribar un gran mito sobre el psicoanálisis: el inconsciente en las profundidades del alma.
Así como versa el título del presente escrito, cuando hablamos de inconsciente nos referimos a una función y no a una cosa. Por esto mismo, el uso del artículo “el” (inconsciente) es un error conceptual muy grave. La nominación correcta de la noción en cuestión sería utilizando el pronombre “lo” (inconsciente).
Lo inconsciente no es una cosa que podamos ubicar ni en lo real (en términos de neurociencias o neuroanatomía), ni en lo psíquico (en términos de ubicación espaciotemporal, como en la infancia o en la historia del sujeto). Lo inconsciente, hay que decirlo, está en todas partes y no está en ningún lado, es decir, funciona justamente allí donde la estructura del lenguaje falla.
Como verán, se va poniendo engorroso el terreno porque engorroso es el tema del que intento decir algo. Para aclarar un poco todo este asunto deberán seguir la lectura, y a ello los invito.
Algunas de las grandes manifestaciones de este fenómeno inconsciente son: lapsus; chiste; síntoma; sueño; agudeza; angustia.
Lo inconsciente funciona, al contrario de lo que muchos piensan, en la superficie, y no en las profundidades. Esto quiere decir que está operando constantemente en cada una de las escenas donde transcurre la cotidianeidad de cada uno. La función inconsciente es aquella que se despliega cuando alguien habla y que hace un corte en la cadena significante, es decir, que hace un chiste, que comete un error, que insinúa algo sin decirlo o que repite algo en su conducta sin que la “conciencia” se dé por enterada. Si atienden a esto que digo, verán que cuando hablo de esta función me refiero a ella en 3ra persona (hace; comete; insinúa; repite), y esto es pura y exclusivamente porque al ser inconsciente, no es el Yo quien habla, sino que más bien: “Eso” habla.
Como verán, cuando uno está frente a una manifestación inconsciente, lo primero que se percibe es la sensación de exterioridad y de no pertenencia, como si uno no lo hubiese dicho. “Se me escapó” o “no me di cuenta”, dicen algunos luego de cometer un lapsus o de decir algo fuera de lugar, de lo que luego se arrepienten o sienten culpa por ello.
Quienes tengan el don de la gracia y sean astutos para el chiste en las reuniones, entenderán lo que digo. El verdadero chiste, aquel que hace reír y causa el deseo de seguir escuchando, es aquel que irrumpe y se dice espontáneamente dándole otro significado a la escena. Funciona calmando las aguas y sacándole seriedad a la conversación. Es lo que nos da noticia de que no todo es tan grave y de que la vida, al fin al cabo, no es más que una ficción construida a través del lenguaje y que debe ser vivida como tal. También, cabe decir, que el chiste no le pertenece a quien lo dice, sino que más bien pertenece a todos los que participan de la reunión y a ninguno a la vez, trascendiendo al ego; por eso causa el deseo inconsciente y erotiza la escena. Sin esta función inconsciente operando, sin chistes en una reunión, por ejemplo, no habría verdadero encuentro entre las personas y solo serian egos hablando de lo que “saben”.
Ahora bien, es importante recuperar esos fenómenos inconscientes porque son justamente los que nos dan noticia de que hay algo que falla en la estructura de pensamientos en la que uno se ve encerrado y ensimismado. Es justamente el agujero por donde se intenta agarrar al sujeto por las orejas. Solo desplegando discursivamente aquello que “aparece” en ese punto de fisura hay posibilidad de sacar algo nuevo de uno mismo y de decir algo distinto sobre lo que nos sucede. Para ello es necesario soportar la incomodidad de hablar desde allí.
Por lo tanto, a lo inconsciente no hace falta ir a buscarlo hacia atrás, a lo más recóndito de la historia del sujeto o a la infancia. No señores, este es otro gran mito atribuido al psicoanálisis. Por el contrario, es la neurosis (que intentamos resolver) la que al rechazar ese fenómeno de fisura que se presenta en la cotidianeidad del día a día, nos lleva a elucubrar interminables historias sobre nuestras vidas, nuestra infancia o nuestros padres, y no se permite hacer un chiste, o decir algo fuera de serie que corte con ese goce del pensamiento; con la “rosca”, para decirlo en términos coloquiales.
En la neurosis sucede que se rechaza esa falla que es inherente al lenguaje; el sujeto no se deja llevar por el deseo y constantemente se defiende de aquello que pueda aparecer en ese espacio indeterminado. Esto lo lleva a no cortar nunca con la cadena de los significantes en la cual se encuentra atrapado y a tomarse las cosas que le suceden “demasiado en serio”, sobrepensando demasiado sobre dichos puntos.
En análisis, lo que se intenta es entrar en contacto de manera paulatina y gradual con ese punto que a veces puede resultar angustiante, pero que tiene la capacidad de hacernos salir de nosotros mismos y de decir algo nuevo. En ese punto es donde debe reconocerse el sujeto, justamente allí en ese eslabón de la cadena que se cuenta por faltar. Por ello, el análisis nos convierte en personas más naturales y sencillas, menos introvertidas y con más capacidad de acción y despliegue sobre el entorno, simplemente porque nos pone en contacto con aquella fisura que no es nuestra, sino de la estructura del lenguaje de la cual somos partícipes, que está fuera de nosotros y que nos trasciende. Por tanto, lo inconsciente no sólo no está en las profundidades, sino que está fuera de nosotros: es transindividual.
Fabio Latorre. Psicólogo psicoanalista.
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