Ladrones Digitales

Autor: Adrián Ruggeri , 19/11/2025 (13 vista)
Emociones y sentimientos
Ladrones Digitales

De como las plataformas digitales con el pretexto de "lo que sea" cobran tanto al profesional como al consultante.

De cómo las plataformas digitales aprendieron a cobrar por “lo que sea”
(y a convertir la humanidad en un trámite opcional)

Las plataformas digitales tienen una habilidad admirable —o inquietante, según el día— para disfrazar intereses económicos con el delicado perfume de la innovación. Nacieron bajo el lema de “acercar a las personas”, pero en algún punto del camino descubrieron que acercar cuesta… y que pueden cobrarle a ambos lados del puente. Así, profesionales y consultantes pagan por encontrarse, como dos náufragos obligados a alquilar el salvavidas antes de saludarse.

El relato oficial es seductor. La tecnología es progreso, dicen; la automatización, eficiencia; los cobros múltiples, simples “modelos de sostenibilidad”. Sin embargo, la experiencia cotidiana se parece más a un peaje eterno donde el capital marca el ritmo, y la humanidad, desdibujada, camina detrás intentando no perderse.
La ironía vibra en cada esquina: plataformas que prometen libertad terminan imponiendo una cadena invisible hecha de comisiones, tarifas y “costos administrativos” tan misteriosos como una profecía antigua.

El contraste es tan brutal que casi da risa (o ganas de apagar el router): antes, profesional y cliente hablaban, negociaban, se entendían. Ahora, ambos necesitan atravesar un laberinto diseñado por programadores invisibles, donde cada clic tiene precio y cada interacción se mide como si fuese una mercancía más. La antítesis se vuelve evidente: cuanto más digital se vuelve el servicio, menos humano parece el intercambio.

Y cuando surge un inconveniente —porque siempre surge uno, como en toda tragedia bien escrita— empieza la verdadera odisea. El usuario busca a un responsable: alguien que entienda, que resuelva, que escuche. Pero lo que encuentra es una colección de bots que responden con la cordialidad vacía de un saludo corporativo.
Contactar con un humano real se convierte en una misión épica, una especie de Ítaca que siempre se aleja, mientras el usuario navega entre formularios, FAQs y ventanitas de chat que repiten frases preprogramadas como un coro griego sin emoción.

Podría decirse que pedir ayuda en estas plataformas es como intentar que un espejito retrovisor devuelva un abrazo: refleja algo parecido, pero no ofrece nada sustancial. Y, sin embargo, dependemos de ellas. Profesionales que necesitan visibilidad; clientes que buscan soluciones rápidas; todos atrapados en una dinámica donde la eficiencia se confunde con indiferencia y la automatización se vende como un milagro moderno.

En este escenario, lo humano parece desvanecerse con una docilidad inquietante. Cada día se delega un poco más —la conversación, la queja, incluso el agradecimiento— a brazos mecánicos sin pulso. El capital, mientras tanto, avanza como una marea silenciosa que va cubriendo cada rincón. Cuando uno intenta detenerla, descubre que la marea no tiene rostro al cual reclamar; solo términos de uso actualizados y correos “no-reply”.

Y aun así, persiste una pregunta que se cuela, incómoda, como una piedra en el zapato: ¿de verdad necesitamos que la tecnología nos cobre por existir dentro de ella? ¿O hemos aceptado demasiado rápido que el contacto humano es un lujo prescindible?

Quizás el verdadero desafío no sea abandonar las plataformas —porque negar lo digital sería como intentar vivir sin sombra— sino recordar que lo humano no debería ser un extra, ni un add-on, ni una opción oculta en un menú desplegable.
Tal vez sea hora de exigir que, entre tanta automatización, vuelva a aparecer una voz real, una mirada que entienda, un gesto que no cueste cinco dólares más impuestos. Porque si bien el progreso avanza como un tren veloz, aún podemos elegir no viajar en silencio.

Al final, la pregunta que queda flotando es simple, casi ingenua: ¿queremos un futuro donde la comunicación sea un negocio o una experiencia? Y aunque la respuesta parezca obvia, conviene repetirla antes de que algún bot intente hacerlo por nosotros.

El artículo ya recibió “me gusta”