Hay épocas en las que el mundo parece avanzar con prisa… y tú solo quieres respirar un poco más lento
A veces no es falta de ganas.
Es ese cansancio que se te acumula en los hombros, en la espalda, en el pecho. Es la historia silenciosa que nadie vio: los días que no presumiste, los esfuerzos que no caben en una foto, las pequeñas batallas que libraste en silencio. Y aun así, aquí estás: sosteniéndote, intentando hablarte con un poquito más de cariño que hace un año, tratando de no exigirte tanto como antes.
Y eso ya dice mucho de ti.
No estás obligado a cerrar el año con metas cumplidas ni con grandes conclusiones.
El fin de año no es un examen, no es una competencia, no es una vitrina donde tengas que demostrar algo. Hay ciclos que se cierran con ruido, sí… pero hay otros que solo se cierran en silencio, con una respiración profunda y la decisión de no castigarte más.
A veces el avance más grande es simplemente seguir aquí.
No avanzar de prisa, no brillar, no alcanzar un estándar imposible.
Solo seguir, aunque sea poquito.
Porque la vida no es una carrera.
La vida es un proceso que se siente distinto para todos. Un tejido de días en los que a veces fluyes, a veces te detienes y a veces simplemente te sostienes para no soltar.
La comparación es cruel.
Llega sin avisar, sin pedir permiso, sin medir cómo estás emocionalmente. Aparece en la forma de frases que duelen:
— “Ellos sí pudieron, ¿por qué yo no?”
— “No hice nada importante este año.”
— “Todos van más rápido que yo.”
— “Me quedé atrás.”
Pero la comparación nunca cuenta tu historia completa.
No vio tus noches de insomnio, ni tus preocupaciones, ni ese momento en el que lloraste en silencio para no preocupar a nadie.
No estuvo contigo cuando tomaste decisiones difíciles, ni cuando seguiste trabajando aunque estabas roto por dentro, ni cuando cuidaste de otros aun cuando tu energía era poca.
La comparación no sabe cuánto te costó sobrevivir a momentos que no se pueden publicar.
No sabe cuántas veces te levantaste sin ganas, ni cuántas conversaciones internas tuviste para no rendirte.
No sabe cuántas veces te escogiste a ti, aunque fuera apenas.
Por eso no se vale comparar tu vida interna con los anuncios luminosos de otros.
No es justo.
No es real.
No te hace bien.
Porque tú sí sabes lo que te costó llegar hasta aquí.
Y aunque nadie más lo aplauda, eso ya es un logro.
Quizá este año no estuvo lleno de hazañas que se puedan presumir.
Quizá no hubo fotos de triunfos, ni reconocimientos, ni aplausos.
Quizá fue un año de sostenerte, de aprender despacio, de reconstruirte mientras caminabas. Y eso también cuenta.
El cuerpo también celebra lo que sobreviviste.
Aunque sea invisible, aunque nadie lo vea, aunque tú mismo minimices todo lo que pasaste.
Puedes intentar cerrar el año de esta manera:
• Pon tu mano en el pecho por un instante.
Siente tu latido. No necesitas hacer nada extraordinario. Solo estar contigo. Ese pequeño gesto ya es una forma de regresar a ti.
• Escribe tres cosas que sobreviviste, no que “lograste”.
Tal vez sobreviviste a una pérdida.
A una discusión que te desgastó.
A una etapa laboral difícil.
A un cansancio emocional que nadie entendió.
A un miedo que no mencionaste.
A levantarte un día más cuando no querías levantarte.
Eso también es resistencia.
Eso también es avance.
• Nombra una sola cosa que quieras hacer con más calma el próximo mes.
No todo el año.
No grandes metas.
Solo un pequeño gesto que te acerque a ti.
• Háblate como hablarías con alguien que quieres.
Sin prisa.
Sin culpas.
Sin la presión de brillar todo el tiempo.
Con ese tono suave que te sale cuando acompañas a alguien que está intentando hacer lo mejor que puede.
No todos los crecimientos son visibles.
Algunos solo se sienten después, cuando miras hacia atrás y dices:
“Ah… ya no soy el mismo de antes.”
Y no porque cambiaste radicalmente, sino porque avanzaste un poco más hacia ti.
A veces el progreso es dejar de compararte tanto.
A veces es dormir mejor.
A veces es pedir ayuda.
A veces es poner límites.
A veces es reconocer que estás cansado y permitirte descansar de verdad.
A veces es soltar una expectativa que nunca fue tuya.
Y todas esas cosas, aunque pequeñas, también transforman tu historia.
No necesitas terminar el año siendo espectacular.
No necesitas tener un discurso motivacional ni una lista de triunfos.
No tienes que demostrar fortaleza cuando lo que más necesitas es paz.
Puedes cerrar este ciclo así: honestamente, sin máscaras, sin exigencias que te rompan más.
Puedes despedir este año con un suspiro cansado y un pensamiento suave:
“Lo hice lo mejor que pude con lo que tenía.”
Y eso basta.
Eso también cuenta.
Eso también es un logro.
Hay ciclos que se cierran sin ruido.
Hay heridas que sanan lento.
Hay procesos que apenas comienzan.
Y tú sigues aquí.
Respirando.
Intentando.
Eligiéndote un poquito más.
Y aunque no lo parezca, eso ya es suficiente para empezar de nuevo.